sábado, 5 de enero de 2013

Reseña de la exposición 'El factor grotesco' // Museo Picasso, Málaga

A la pista de una categoría estética 
Carlos G. de Castro

El pueblo francés alimenta a Luis Felipe de Orleans  / HONORÉ-VICTORÍN DAUMIER, 1834

Seguir la pista a la evolución de una categoría estética: lo grotesco. Con este objetivo, José Lebrero, comisario de la muestra El Factor Grotesco y director artístico del Museo Picasso, ha reunido en las salas del Palacio de Buenavista obras de más de setenta artistas que configuran un recorrido por quinientos años de historia del arte occidental.

La exhibición, a pesar de contar con nombres tan insignes como Leonardo da Vinci, El Bosco, Goya, Pablo Picasso, René Magritte, Willem de Kooning, Francis Bacon o Louise Bourgeois, deja a un lado la relevancia histórica de cada autor para desplegar, a través de la articulación de las obras, un discurso centrado en el desarrollo histórico de lo grotesco desde diferentes perspectivas. Para ello la exposición abre tres vías de estudio sobre la categoría estética señalada, en las que se inscriben también los fragmentos de películas seleccionados: El botones, 1918 de Buster Keaton y Fatty Arbuckle, El jorobado de Nuestra Señora de París, 1923 de Wallace Worsley, Bedlam 1946, de Mark Robson y algunos metrajes de Georges Méliès.

La primera de las vías abiertas es lo grotesco como ornamentación. A partir del descubrimiento en el siglo XV de la decoración mural de la Domus Aurea de Nerón, las extrañas arquitecturas y los fantásticos seres allí vistos serán recibidos por la Roma manierista como una moda. Estas «cosas que no existen, ni pueden existir jamás» - en despectivas palabras de Vitruvio – están presentes en la exposición a través de los diseños ornamentales de Enea Vico y Tomaso Barlachi.

Enlazando con tradiciones más antiguas, lo grotesco ha servido desde siempre para mostrar el lado más oscuro de la naturaleza humana, aquello que en nosotros está más alejado del mundo del lenguaje y la razón. Sobre este núcleo duro de nuestro ser, que se opone, irreductible, a la civilización, versa el segundo eje argumental de la muestra. Aquí hallamos piezas magistrales, caso de las imágenes realizadas por Salvador Dalí en 1934 para ilustrar Los Cantos de Maldoror, poemas de un mundo sin esperanzas y sumido en el terror que dibujara la mente de Isidore Ducasse, Conde de Lautréamont. También en este páramo sombrío del alma humana podríamos ubicar la obra Cuatro riéndose unos de otros, 1999 de Juan Muñoz, grupo escultórico donde unos seres se entregan a la risa, sin explicación, en un acto nihilista y deshumanizante.

Lo cómico es la tercera perspectiva desde la cual la exposición mira a lo grotesco. El cuerpo deforme es motivo de risa y de desvelamiento de nuestra fragilidad. Con ello juegan los 'bustos de caracteres' que realizara en torno a 1770 el escultor Franz Xaver Messerschmidt, donde la solemnidad del busto es transgredida a favor de su humanización, similar leiv motiv guía la serie de retratos escultóricos Viejos amigos, 1992 de Thomas Schütte y la obra de Bill Viola Seis cabezas, 2000.

Sin embargo, la muestra no atiende en su justa medida a uno de los usos principales de lo grotesco: la crítica social. Ciertamente el hecho está presente, por ejemplo en el fantástico dibujo de Honoré Daumier Gargantúa, 1831, que enseña a un Luís Felipe I de Francia convertido en un gigante glotón al que debe alimentar con gran esfuerzo su pueblo. Pero la crítica social es siempre referida de forma secundaria y no se incluye directamente en el planteamiento teórico de la exposición, lo cual genera que obras de autores como George Grosz o Hanna Höch carezcan de una contextualización suficiente, leyéndose su contenido en clave individual y no como piezas dentro de programas vanguardistas que luchaban por una subversión radical de la sociedad.

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