sábado, 5 de enero de 2013

Reseña de la exposición 'Abstracción y movimiento' // CAAC, Sevilla

Más allá de la inaccesible realidad
Carlos G. de Castro 

Ojos desatados, 1994-1995, Juan Uslé

Nuestro pasado siglo XX fue escenario de la eclosión de las vanguardias artísticas, movimientos que desde diferentes postulados iniciaron un proyecto de revolución de las formas estéticas y de las relaciones sociales. Si bien las vanguardias ligadas a movimientos políticos fracasaron, arrasadas por los movimientos burocráticos en el Este y reducidas a la lógica de la mercancía en Occidente, sí completaron la renovación formal, muy al gusto de la mercancía, todo sea dicho. Sobre una de estas nuevas estéticas: la abstracción, que desde entonces se ha manifestado en varios momentos de la historia del arte, ha confeccionado el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo la sesión expositiva Abstracción postpoctoria en la que se inscribe la muestra Abstracción y movimiento.

Esta exposición hilvana una completa síntesis del desarrollo de la abstracción en el contexto español, un recorrido rizomático, lleno de ejemplos internacionales, donde el espectador avanza y retrocede en el tiempo constantemente. La muestra se abre con los trabajos en cartulina realizados durante 2010 y 2011 por Paz Pérez Ramos, pequeñas formas de color que cambian de apariencia según nuestra posición. Metros más adelante, en la nave del monasterio cartujo, nos encontramos, de repente, dentro de un universo psicodélico. Suena música que nos trae a la mente el sonido de Soft Machine o Pink Floyd y las paredes de la iglesia aparecen cubiertas por las formas en movimiento del film Beyond Image, 1969 de Boyle Family. Se trata de cinco enormes proyecciones realizadas con aceites tintados expuestos al calor, un juego efectista similar al mecanismo de las 'lámparas de lava', objeto fetiche de la cultura hippie. Nos dirigimos ahora a la sacristía, donde el sonido de una soga en agitación se hace paulatinamente presente. Allí se ha instalado la pieza Waves, 2006-07 de Daniel Palacios una máquina cinética que se activa con el movimiento del público generando ondas sonoras tridimencionales.

Dejamos atrás estas piezas que influían en nuestro movimiento o cambiaban en sintonía con él y centramos ahora nuestra mirada en el claustrón este, lugar dedicado a importantes figuras de la pintura abstracta española. Aquí encontramos Cuerpo caído, 1966 de Manolo Millares en la que este miembro fundamental del grupo el Paso tortura y desgarra un pedazo de arpillera, quizás una triste queja del infierno franquista. Lo acompañan trabajos del informalista Juan Hernández Pijuán, José Guerrero y Luís Gordillo.

El claustrón norte posiblemente sea el lugar más interesante de la exposición, y también el más variado. Entre sus paredes tenemos excelentes ejemplos de los resultados que ofreció la creación en 1966 del Centro de Cálculo de la Universidad de Madrid y su repercusión en la renovación plástica española de los setenta. Se trata de piezas basadas en el desarrollo de modelos modulares y combinaciones binarias como la enorme Flecha, 1967 de Manuel Barbadillo o las abstracciones geométricas de Manolo Quejido. Dentro de este apartado destacan sin duda las estructuras imposibles de José María Yturrande, combinaciones geométricas que retan descaradamente a nuestro sentido habitual de la perspectiva. Completan este espacio, entre otros trabajos, la obra Line describing a cone 2.0 1973 – 2010 de Anthony Mccall y una sintética retrospectiva del Equipo 57 muy bien contextualizada y en la que se incluyen su película Experiencia nº 1, 1957 o las formas de color de sus 24 gouaches Interactividad cine I, 1957. El caso de la pieza de Mccall es paradigmático de la muestra, pues en sí sintetiza los dos grandes preceptos de la exposición: abstracción / movimiento. En ella, durante treinta minutos un haz de luz se desarrolla lentamente en una habitación llena de humo hasta formar un cono. No hay argumento, no hay magia, sólo la verdad simple de la forma, aquella verdad que recordara la voz de Florence Delay en Sin Sol de Chris Marker cuando, visionando imágenes distorsionadas por un sintetizador de las luchas sociales de los 60 en Japón, afirmara decepcionada: «al menos muestran lo que son, imágenes y no la forma transportable y compacta de una realidad inaccesible».

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